Introducción: El pecado no nos define, pero nuestra respuesta sí
Hay momentos en la vida donde nuestras decisiones nos alejan de Dios, donde traicionamos su amor, ya sea por miedo, conveniencia o debilidad. Pero no es el acto en sí lo que define nuestro destino eterno, sino lo que decidimos hacer después del pecado. Este fue el caso de Judas Iscariote y Simón Pedro, dos apóstoles, dos errores, dos caminos… y dos destinos radicalmente distintos.
I. Dos hombres que conocieron a Jesús… y cayeron
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Judas caminó con el Maestro, vio milagros, escuchó parábolas y comió del mismo pan. Su pecado fue la traición por 30 monedas. Una decisión motivada por la codicia o tal vez la desesperación.
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Pedro, el pescador impulsivo, fue uno de los más cercanos al corazón de Cristo. Sin embargo, cuando llegó el momento de estar a su lado, lo negó tres veces, jurando que no lo conocía, por miedo a correr la misma suerte.
Ambos pecaron. Ambos se equivocaron. Pero lo que ocurrió después es lo que revela el verdadero misterio de la gracia.
II. La culpa de Judas: La tragedia del remordimiento sin redención
Judas, al darse cuenta de su error, devolvió las monedas y confesó su culpa ante los sacerdotes: "He pecado entregando sangre inocente" (Mateo 27:4). Pero no fue con Jesús con quien buscó consuelo. Fue con un sistema religioso que no conocía el perdón. Al no recibir redención, cayó en la desesperación y se quitó la vida.
Su error no fue solo traicionar a Jesús, sino no creer que podía ser perdonado.
III. El llanto de Pedro: El arrepentimiento que encuentra el rostro del Salvador
Pedro también pecó. Jesús incluso lo había advertido: “Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.” (Lucas 22:34). Y cuando lo hizo… “Pedro lloró amargamente.” (Lucas 22:62).
Pero Pedro no huyó del perdón. Se quedó con la comunidad. Esperó la resurrección. Y cuando el Cristo resucitado lo encontró, le preguntó tres veces: “¿Me amas?” (Juan 21:15-17), una por cada negación. Y al final, Jesús no lo condenó, sino que le dijo:
“Apacienta mis ovejas… Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” (Mateo 16:18)
IV. ¿Cuántas veces creemos que nuestro pecado es demasiado para ser perdonado?
Hay muchos “Judas” hoy en día que, tras fallar, creen que ya no merecen volver. Que han caído demasiado lejos. Que la oscuridad es permanente.
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Aquellos que abandonaron su fe y sienten que no pueden regresar.
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Padres que abandonaron a sus hijos y piensan que ya no pueden sanar esa herida.
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Hombres y mujeres que han fallado moralmente y se creen indignos del amor divino.
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Almas atrapadas en adicciones, en pensamientos destructivos, en auto-odio.
Pero Jesús no vino a buscar perfectos. Vino a buscar a los que estaban perdidos. Y si Pedro, que negó al Hijo de Dios en su momento más doloroso, pudo ser redimido, ¿qué pecado nuestro es más grande que el suyo?
V. ¿Cuál es la diferencia entre remordimiento y arrepentimiento?
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Remordimiento es quedarse atrapado en el dolor del pecado sin avanzar. Es mirar hacia abajo, como Judas, y pensar que ya no hay salida.
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Arrepentimiento verdadero es mirar a los ojos de Jesús y decirle: “He pecado, pero si tú quieres, puedes levantarme otra vez.”
VI. Jesús aún busca piedras para su iglesia
El mayor misterio del Evangelio es que Dios transforma a traidores en pilares, a cobardes en pastores, y a pecadores en santos. Lo que hizo con Pedro no fue excepción: fue modelo para todos nosotros.
“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” (Romanos 5:20)
Si crees que has ido demasiado lejos, recuerda: Pedro también creyó que había llegado al final… pero Jesús lo estaba esperando en la orilla, con fuego encendido y pan sobre las brasas.
Conclusión: Elige tu camino después de la caída
Judas y Pedro. Ambos conocieron la verdad. Ambos se equivocaron. Solo uno creyó que podía ser amado de nuevo. Hoy Jesús te hace la misma pregunta que le hizo a Pedro:
“¿Me amas?”
No importa cuántas veces lo hayas negado con tus actos, tus miedos o tus decisiones. Si hoy le dices que sí, Él puede hacer de ti una piedra nueva sobre la que edificará su Reino.
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