Por Alexander Lavin – Blog del Discípulo del Logos
En la búsqueda de conexión con nuestra pareja, a veces cruzamos fronteras invisibles que, lejos de fortalecer el lazo, comienzan a disolver aquello que nos atraía en primer lugar: el misterio, el deseo y lo sagrado del espacio íntimo.
Uno de esos actos aparentemente inofensivos es bañarse juntos a diario.
Sí, suena romántico. Sí, puede ser sensual. Pero también, si se repite sin consciencia, puede erosionar lentamente la mística del vínculo amoroso.
1. El agua que apaga la chispa: cuando lo cotidiano mata el fuego
Bañarse juntos todos los días nos expone al cuerpo del otro en su estado más vulnerable, más humano. Pero... ¿cuánto de ese cuerpo queremos ver constantemente? Lo prohibido, lo insinuado, lo que no se muestra siempre ha sido el motor del deseo.
Cuando todo se muestra, el eros se retrae.
Cuando todo se comparte, el misterio muere.
2. El desgaste del alma compartida: menos espacio, más fricción
Hay algo sagrado en tener momentos propios. El agua, ese elemento de purificación, a veces es también un templo personal donde pensamos, nos sanamos o simplemente nos encontramos con nosotros mismos.
Al compartir ese espacio a diario, podríamos sentir que el alma no respira.
La intimidad verdadera no es estar juntos todo el tiempo, sino saber cuándo no hacerlo.
3. Intimidad mal entendida: cuerpo no es alma
El contacto físico constante puede crear la ilusión de que todo está bien, de que estamos conectados. Pero la cercanía física no siempre implica cercanía emocional.
Una pareja puede compartir la ducha todos los días y aún así no saber cómo se siente el otro por dentro.
La verdadera conexión se cultiva con escucha, miradas y silencios conscientes, no solo con agua y piel.
4. ¿Y si dejamos que el deseo nos vuelva a visitar?
¿Y si en lugar de bañarnos juntos siempre, nos diéramos el regalo de la ausencia?
Dejar días en los que uno anhela al otro.
Espacios donde la imaginación trabaje.
Momentos en que una ducha compartida se sienta como un ritual sagrado y no como una costumbre.
El erotismo necesita aire para respirar.
El alma necesita pausas para abrazar.
Reflexión final: no mates el misterio que te enamoró
Si alguna vez sentiste que ver a tu pareja en la ducha era un regalo del cielo, ¿por qué convertir ese regalo en una rutina?
La clave está en la intención. No es el acto, es cómo y por qué se hace.
Y a veces, lo más sensual que puedes hacer…
Es esperar.
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