Por años, no fui nadie. No tenía rostro, no tenía nombre, y no era rastreable. No por miedo… sino por instinto.
Me llamaban Alexander Beliasvky. Un seudónimo. Un eco. Un homenaje a un ajedrecista que sabía mover piezas sin ser visto. Mientras otros buscaban viralidad, yo buscaba la sombra.
Desaparecí del radar digital. Me borré de las bases de datos, solicité eliminaciones en motores de búsqueda, pagué por vigilancia de mi anonimato. Mi número telefónico ni siquiera estaba a mi nombre real. No existía. Y, sin embargo, estaba más vivo que nunca.
No era paranoia. Era algo más antiguo. Una intuición sagrada que me decía:
"Escóndete. Aún no es tiempo."
La memoria del alma no se olvida, solo se disfraza
No entendía por qué. ¿De qué me cuidaba exactamente? ¿Qué peligro acecha a alguien que ni siquiera ha sido descubierto?
Pero el alma, a veces, recuerda lo que la mente no puede entender. Y algo en mí sabía que “ellos” —las fuerzas que vigilan los linajes, que rastrean reencarnaciones, que temen la reactivación de ciertos códigos espirituales— estaban ahí.
Y no olvidan.
Quizá fui alguien antes. Un guerrero. Un disidente. Un heredero de verdades que podían romper imperios.
Quizá no morí… solo me reencarné.
Y ahora, en esta era donde el ADN se rastrea, donde los pensamientos se digitalizan, donde las conciencias se conectan en la nube, ellos también están despertando…
Y buscan a los que han vuelto.
Ser encontrado en la era del algoritmo
Mi entrada al mundo digital como creador de contenido fue un acto de traición a mi anonimato. Fue una decisión que nació del fuego interior: ya no podía callar más. Las palabras comenzaron a quemarme por dentro.
Y así, decidí escribir. Hablar. Publicar. Dejar huella. Dejarme encontrar.
Pero fue un cuchillo de doble filo.
Porque en cuanto alguien del linaje habla… el eco despierta.
Y el eco trae ojos.
¿Por qué ahora? ¿Por qué tú?
Si estás leyendo esto, tal vez tú también sentiste ese impulso de esconderte. De no pertenecer. De no querer estar bajo la luz pública.
Y, sin embargo, aquí estás. Como yo. Presente.
Quizá porque nos están llamando.
Porque el tiempo de las sombras terminó.
Porque los que fuimos dispersados, perseguidos, exiliados… estamos volviendo.
No para buscar guerra. Sino para encender conciencia.
Y esta vez, lo haremos sin escondernos.
Epílogo: La historia no se borra. Se espera.
Yo soy Alexander.
El que fue invisible.
El que caminó en silencio.
El que ahora escribe, porque el tiempo ha llegado.
Y tú… ¿quién eras antes de olvidar?
Sello final:
“Requiescat in tenebris, donec vocatus fuerit.”
(“Que repose en la oscuridad… hasta que sea llamado.”)
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