Anoche soñé con una conspiración que se fraguaba bajo tierra, oculta a los ojos del mundo. La escena se desarrollaba en tercera persona, como si yo fuera un testigo invisible. Observaba a un hombre y a una mujer en una sala subterránea repleta de computadoras y tecnología avanzada. Manipulaban sistemas que parecían controlar algo más grande de lo que podía imaginar.
La visión cambió bruscamente a una competencia de velocidad. Cada participante poseía una tecnología diferente para desplazarse, pero en mi caso, no eran mis piernas lo que me impulsaba: era la levitación. Yo era el único que dominaba esa habilidad, y por eso me destaqué entre todos, superando los obstáculos con una ligereza que parecía mágica.
Tras la carrera, cada quien se dedicó a sus actividades, pero entonces se me acercó uno de los personajes que había visto al inicio. Era de baja estatura, unos centímetros menos que yo, con cabello abundante y corto, piel entre clara y gris, y facciones humanoides. Quería hacer un intercambio: ofrecía uno de sus dispositivos a cambio de mis oculares—un gadget que parecía tener un gran valor para escapar de esa ciudad subterránea donde el sol no llegaba, pero reinaba una eterna claridad vespertina.
Le pregunté directamente:
—¿Qué tanto necesitas este gadget mío? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?
Mi intuición me alertó: Peligro. No lo entregues.
El individuo pasó de ser amable a mostrarse agresivo, y cuando decidí huir, me sorprendió que también podía levitar. Me siguió velozmente, casi dándome alcance en medio de ese mundo gris y profundo.
La escena volvió a tercera persona. Esta vez, fui testigo de algo aterrador: ese ser, de apariencia humana pero ambigua, se reunía con un gigante. Una criatura de unos 17 a 18 pies de altura, grotesca y pálida como si jamás hubiera sido tocada por la luz solar. Sus ojos eran débiles ante el resplandor, pero penetrantes en la oscuridad. Se comunicaban en una lengua fluida y desconocida, planeando liberar una ola de violencia en la superficie.
Descubrí entonces que sus planes dependían de mi gadget solar, ese artefacto que me protegía y que deseaban usar para que el gigante pudiera sobrevivir en la superficie iluminada. Si lo conseguían, nada los detendría.
Pero yo aún lo tenía. Y mi instinto me decía:
“Huye. Vete lo más lejos posible. Que no caiga en sus manos el arma que la naturaleza ha puesto en ti como defensa. Ellos no descansarán hasta dominar la Tierra, como lo hicieron gloriosamente en un pasado olvidado.”
Así terminó el sueño: con el peso de una advertencia. Como si mi alma hubiese sido testigo de una antigua guerra subterránea… que está a punto de volver a estallar.
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