1. El fuego que miró hacia atrás
Fue al regresar del trabajo, entre caminos desviados por incendios forestales, que viví algo más que tráfico y humo. Me encontraba manejando por la aburrida y larga Sound Road, un desvío inevitable debido a los wildfires que amenazaban los alrededores de los Florida Keys. El cielo estaba cargado de cenizas, el viento olía a planta quemada, y un helicóptero del equipo de rescate aéreo lanzaba agua en vano sobre las lenguas de fuego.
A mi izquierda, observaba cómo la tierra era desgarrada por las llamas. Un dolor profundo me invadió. Fue entonces que levanté mis ojos al cielo y oré con fe: “Padre, envía lluvia sobre esta tierra.” Pero algo dentro de mí no se conformó solo con pedir. Recordé las palabras del Maestro: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” (Mateo 17:20).
Así que bajé la ventanilla del auto, y con voz firme y alma encendida dije al fuego:
“En el nombre de Jesús, el Hijo del Altísimo, y por su sangre sagrada, te ordeno detener tu daño y apagarte. No quemes más este lugar.”
Al instante, una sensación espiritual me envolvió. Sentí que el fuego me oía, como si una conciencia oculta en el elemento mismo me observara. Y mientras me alejaba en mi carro, algo en mí me decía que aún estaba siendo mirado.
No vi lluvia caer. Pero supe que una semilla de autoridad había sido sembrada en el mundo invisible, y esa tierra nunca más sería la misma.
2. El plato que no faltó en la mesa de Dios
Días antes, el 4 de mayo —mi cumpleaños—, otra escena silenciosa se convirtió en milagro. Mi esposa me había preparado un flan como gesto de amor. Como ya es mi costumbre cada vez que hago o recibo un dulce, la primera porción la consagro al Creador, como ofrenda. Fui a la repisa y vi que solo quedaban dos platos de papel. Perfecto: uno para ella y otro para mí. Nuestros hijos, como no comen flan, solo me cantarían y seguirían a lo suyo.
Corté el primer pedazo con devoción, lo puse en un plato, y lo ofrecí al Eterno. Lo dejé apartado en silencio, como si Dios mismo se sentara a la mesa conmigo. Luego, solo quedaba un plato. Pero algo extraño sucedió…
Mi esposa sin saberlo tomó un plato para servirse y otro para dármelo.
Yo me quedé en silencio, mirando el tercer plato como si el tiempo se hubiese detenido.
—“¿De dónde salió este otro plato?”, pregunté.
Ella me miró extrañada. Nadie entendía.
Yo sí. Entendí lo mismo que entendieron aquellos discípulos que vieron multiplicarse panes y peces.
Dios, en su lenguaje oculto, me decía:
“Cuando me das primero lo mejor, jamás te faltará lo tuyo.”
Reflexión final
Ambos eventos me recuerdan que los elementos oyen, obedecen y responden a la fe. Que el mundo espiritual no está lejos: habita en lo cotidiano, se manifiesta en el humo de un incendio o en un plato de cartón que no desaparece.
La autoridad en el nombre de Jesús no es una metáfora, es una fuerza viva que transforma la realidad.
Y tú, lector... ¿estás listo para hablarle al fuego? ¿Para invitar a Dios a tu mesa y ver cómo nada te falta?
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.