Sueño con Jesús y mi Ignorancia al Poder de la Humildad
21 de noviembre de 2025
Hay sueños que no son sueños. Hay noches en las que el alma recibe instrucción directa, como si la espiritualidad descendiera en forma de Maestro, y el mensaje quedara grabado en el espíritu para siempre.
Este es uno de ellos.
1. El Portal de Piedra: Mi Alma Como Fortaleza
La visión comenzó en una ciudad común, pero mi hogar no era común: estaba protegido por un portal encerrado con paredes de piedra y árboles, como si el mundo espiritual quisiera mostrarme que la verdadera batalla ocurre en el interior del alma.
En ese patio silencioso, había una forja.
Una forja mía.
Ahí creé con mis manos una espada afilada y única, la cual más tarde sería mi arma en lo que estaba por venir.
Era mi capacidad, mi carácter, mi poder personal… condensado en hierro.
2. El Mensaje Inapropiado: La Puerta Abierta sin Darme Cuenta
En el sueño, una mujer casada —alguien conocida dentro de la historia del sueño— me enviaba mensajes inapropiados.
No se trataba de ella, sino de lo que representaba:
La grieta sutil por donde entra la tentación.
Ese acto abrió una puerta espiritual.
Una de esas puertas que parecen pequeñas, pero que permiten que el enemigo cruce el umbral.
Entonces apareció el primero.
3. El Primer Demonio: El Tentador que Alaba a su Amo
Este demonio no atacó con violencia.
Atacó con palabra.
Con provocación.
Con elogios a su "Master".
Me tentaba, me retaba, me hablaba de un poder oscuro superior.
Yo, molesto, respondí con orgullo:
“Tu maestro es un perdedor.”
Y ahí, justo ahí, perdí mi humildad.
Caí en su juego.
Le di terreno.
4. La Batalla: Mi Espada Contra la Multitud
De repente, más demonios surgieron, cada uno con características distintas.
Salían por el muro, entraban al patio, acechaban como una legión.
Tomé mi espada y luché.
Corté cabezas.
Vencé a varios.
Pero me superaban en número.
Aunque mi espíritu era fuerte…
no bastaba.
La espada representaba mi fuerza personal.
Pero la fuerza sola no alcanza cuando la oscuridad se lanza en hordas.
5. El Grito del Alma: “Ayúdame, Hijo del Altísimo”
Acorralado, hice lo único que realmente tiene poder:
Oré.
“Jesucristo, Hijo del Altísimo… ven a mí.”
Y entonces ocurrió.
Jesucristo apareció.
Los demonios quedaron congelados, paralizados por su presencia.
Mi espíritu sintió alivio y vergüenza a la vez.
No estaba solo.
Pero había caído antes de tiempo.
6. La Corrección del Maestro: La Lección que No Olvidaré
Jesús se acercó a mí en silencio.
Me abrazó.
Y en mi oído, con una voz suave pero firme, me dijo:
“Has perdido tu humildad. Por eso te atacaron.”
No me habló de pecado.
No me habló de culpa.
No me habló de falta de oración.
Solo de humildad.
Ahí entendí que la verdadera fuerza no está en la espada que yo forjo,
ni en la potencia que creo tener,
ni en mi capacidad para enfrentar demonios.
La fuerza real fluye de Él.
Y se derrama únicamente sobre el humilde.
7. La Revelación Espiritual del Sueño
Este sueño me entregó dos enseñanzas que marcaron mi espíritu:
1. Nunca converses con el demonio.
El diálogo con la oscuridad es ya una derrota.
No se debate con la sombra.
Se ora y se reprende.
2. Solo la humildad abre la puerta del poder divino.
El orgullo debilita.
La humildad arma.
La humildad atrae la gracia.
La humildad es la llave que paraliza al enemigo.
En el sueño no gané por mi espada…
gané porque reconocí mi límite y llamé al Cristo.
8. Conclusión: La Fuerza que Vence a la Rebelión del Ángel Caído
Jesús me mostró con amor que:
-
La espada sin humildad es vulnerabilidad.
-
La fuerza sin gracia es insuficiente.
-
Y que el poder del Cielo solo desciende cuando el corazón se inclina.
La rebelión del ángel caído nunca se vence con orgullo…
porque fue precisamente el orgullo lo que creó esa rebelión.
La victoria está en volverse pequeño.
En doblar la rodilla.
En reconocer a Aquel que reina.
Este sueño fue un recordatorio, una corrección y una enseñanza directa del Maestro:
La humildad es el arma secreta que hace temblar al infierno.
Sueño Narrado: El Día en que Jesús Me Enseñó la Humildad
En una ciudad parecida a cualquier otra, se alzaba mi casa como una pequeña fortaleza:
muros de piedra, árboles que guardaban silencio, y un portal amplio donde se tejía la historia de mi noche.
En el patio, una forja ardía.
Ahí, con mis propias manos, templé una espada brillante, única,
como si el hierro reconociera la misión que pronto vendría a revelarse.
Entonces apareció la grieta.
Una mujer conocida, pero casada, comenzó a escribirme,
y entre palabras y sombras me envió imágenes que nunca debieron cruzar el umbral de la amistad.
No era ella…
era la puerta que yo, sin darme cuenta, había dejado entreabierta.
Por esa abertura entró el primero.
Un demonio se presentó sin violencia,
solo con palabras que olían a provocación.
Alababa a su “Master”, exhalando orgullo,
insistiendo en la grandeza de su señor como quien tienta,
como quien quiere inflamar el ego del alma.
Y yo… caí.
Me irrité.
Le respondí con desprecio,
olvidando la humildad que tanto predico.
Y en ese instante,
en ese pequeño gesto,
di permiso al infierno para avanzar.
Otros demonios comenzaron a escalar los muros.
Cada uno distinto, cada uno más feroz que el anterior.
Tomé mi espada,
y con la fuerza de mi espíritu corté cabezas,
enfrenté sombras,
derribé tres, quizá más.
Pero era inútil.
Eran demasiados.
Y yo, aunque fuerte,
seguía siendo solo un hombre rodeado por una legión.
En mi silencio desesperado,
mi alma gritó:
“Jesucristo, Hijo del Altísimo… ayúdame.”
Y Él vino.
Jesús descendió con un silencio que estremecía más que cualquier trueno,
y al tocar la tierra,
todos los demonios quedaron congelados,
como si el tiempo mismo reconociera la autoridad del Hijo.
Sentí alivio.
Sentí vergüenza.
Él se acercó despacio, como un padre que corrige sin herir.
Puso su mano sobre mi rostro,
y con un susurro que atravesó toda mi alma, me dijo:
“Has perdido tu humildad.
Por eso pudieron atacarte.”
No me reprochó mis palabras.
No me condenó por la puerta abierta.
No me juzgó por pelear.
Solo señaló la raíz:
el orgullo que me había hecho bajar la guardia espiritual.
Yo lo abracé,
como un hijo que regresa a la verdad.
Y entendí, con esa claridad que solo el cielo puede dar:
Que no se dialoga con la sombra.
Que no se debate con el demonio.
Que la verdadera fuerza no está en la espada que yo forjo,
sino en la humildad que abre el camino a la gracia.
Y que solo el humilde tiene acceso al poder que vence
al ángel caído y a toda su rebelión.
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