Prólogo – Carta desde el Deseo
Escrito en las páginas de un diario escondido bajo una almohada de seda…
No sé cuándo empezó exactamente.
Tal vez fue la primera vez que lo vi salir del baño con el torso mojado y la toalla mal puesta…
O tal vez fue cuando lo escuché decirle a mi hija: “Te amo”…
y sentí que esa frase también quería vivir en mi piel.
Me odié por desearlo.
Me confesé mil veces en silencio, frente al espejo.
Me dije: “Es solo un pensamiento, pasará”…
Pero no pasó.
Al contrario.
Se convirtió en parte de mí.
En mi pecado favorito.
En mi obsesión silenciosa.
Él… el esposo de mi hija.
El hombre que me devolvió el pulso, el aliento… y la maldita juventud que la vida me había quitado.
Lo veía y me ardía la piel.
Lo escuchaba y se humedecía mi alma.
Y un día…
nos besamos.
No lo planeé.
Pero tampoco me arrepiento.
Porque cuando sus labios tocaron los míos,
no sentí culpa.
Sentí vida.
Sentí que, por fin… alguien me veía.
Y lo peor…
lo más hermoso…
es que ella, mi hija, también lo sintió.
Y en lugar de destruirnos…
nos miró,
nos entendió…
y nos amó…
a los dos.
Este diario no es una confesión.
Es un testimonio de lo que el mundo jamás entendería:
que a veces…
el amor no cabe en un solo cuerpo.
Y se desborda…
entre sus brazos.
Mónica
La suegra que dejó de callar.
📖 Entre sus brazos: Diario de una suegra, una hija y un solo deseo
Capítulo 1: El Sofá del Silencio
La casa estaba dormida.
El reloj marcaba 11:43 p.m.
Y el silencio tenía un peso distinto esa noche…
uno lleno de posibilidades.
Yo bajé a la sala en bata de seda color vino,
sin sujetador,
con el cabello suelto,
y ese perfume que nadie más en esta casa reconoce…
excepto él.
Allí estaba.
Sentado en el sofá, con una copa de vino en la mano.
Camisa medio desabotonada.
Mirada perdida.
Y un suspiro que parecía buscar consuelo.
—¿No puedes dormir? —le pregunté, como si no supiera la respuesta.
Él levantó la vista y me sonrió.
Esa sonrisa…
esa maldita sonrisa que desde hacía meses me quitaba la paz.
Me senté a su lado.
No demasiado cerca.
Pero lo suficiente como para que el calor de su cuerpo me alcanzara.
—A veces el silencio hace más ruido que cualquier tormenta, ¿no crees? —le dije, girando la copa entre mis dedos.
Él asintió.
No dijo nada.
Y yo, como si el alma se me resbalara entre la lengua y la osadía, solté:
—Eres un buen hombre.
Ella no lo nota… pero yo sí.
Cada vez que te quedas callado para evitar una discusión…
cada vez que sonríes aunque estés agotado…
Sentí que sus ojos se clavaban en mí.
Y por primera vez… no los evité.
El silencio volvió.
Pero esta vez… era otro.
Más íntimo.
Más eléctrico.
Me incliné un poco más,
como si fuera a tomar la copa de vino que estaba en la mesa…
pero en realidad lo hice para sentir su aliento cerca del mío.
—A veces me pregunto…
si yo fuera un par de años más joven…
o tú unos años más valiente…
¿Qué seríamos tú y yo?
Él no respondió.
Solo me miró.
Sus labios entreabiertos.
El pecho subiendo y bajando, apenas.
Y entonces…
me acerqué.
Tan despacio…
como si el universo nos diera permiso por unos segundos.
Mi rostro a centímetros del suyo.
Mi voz, un susurro:
—Dime que me detenga…
o bésame de una vez.
Y él…
no dijo nada.
Solo me besó.
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Capítulo 2: La Primera Traición del Alma
Sus labios me encontraron como si siempre hubieran estado buscándome.
No hubo timidez.
No hubo culpa inmediata.
Solo una marea lenta de deseo que empezó a romper los muros de lo prohibido.
El beso fue suave al inicio, como si los dos estuviéramos midiendo el abismo.
Pero luego, como dos almas con sed antigua,
nos bebimos.
Sin miedo.
Sin disculpas.
Mis manos lo tomaron del rostro.
Sentí la barba incipiente raspar mis dedos,
y mi cuerpo se arqueó como si el suyo fuera la única superficie segura sobre la que podía respirar.
—Esto está mal… —murmuré entre beso y beso.
—Lo sé —dijo—. Pero nunca algo tan mal se sintió tan perfecto.
Mi bata se deslizó por mi hombro, como si supiera que ya no tenía sentido cubrir lo inevitable.
Sus dedos rozaron mi piel como si la hubieran soñado.
Y yo…
gemí, no por placer físico aún,
sino por esa mezcla dulce de alivio y pecado…
como si al fin el universo me reconociera.
Me dejé caer sobre el sofá.
Él sobre mí.
El calor entre nuestros cuerpos hablaba más que cualquier confesión.
—Si cruzamos este umbral… —dije con voz temblorosa—
ya no podremos volver a ser los mismos.
Él me miró,
con esos ojos cargados de tormenta y ternura.
Y entonces respondió:
—Mónica…
yo ya no quiero volver a ser el mismo.
Y esa noche…
entre sus labios,
entre sus manos,
me entregué no solo como mujer…
sino como aquella que, a escondidas,
ya lo amaba desde hacía mucho más de lo que se atrevía a admitir.
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Capítulo 3: Después del Fuego, la Culpa
La habitación seguía en penumbra.
El sofá aún conservaba el aroma de lo que acabábamos de hacer.
Mi bata… tirada en el suelo.
Tu camisa… desabotonada.
Tu respiración… aún entrecortada.
Yo me senté en silencio, abrazando mis rodillas como si pudiera cubrir con ellas todo lo que acababa de desbordarse en mí.
Tú me mirabas, pero no te atrevías a hablar.
Y yo…
yo sentía que el eco de su nombre —el de mi hija— temblaba entre las paredes como un fantasma silencioso.
—Esto no debió pasar —dije finalmente, con la voz quebrada.
Pero tus ojos me decían otra cosa.
No había arrepentimiento.
Había miedo, sí…
pero también ternura.
Complicidad.
Deseo contenido que aún no se había saciado del todo.
Te acercaste.
Tomaste mi mano.
Y tus dedos la acariciaron como si quisieras calmar un incendio con caricias.
—No fue un error, Mónica.
Fue inevitable.
Y si pudiera volver atrás… volvería a besarte.
Yo lo sabía.
Tú lo sabías.
Pero el mundo allá arriba…
el de ella,
el de nuestra familia,
seguía girando en su burbuja de normalidad.
Y nosotros,
aquí abajo,
ya éramos otros.
Más tarde, ya en mi cama,
escribí esto en mi diario:
“Esta noche conocí el sabor de la traición…
pero también el de sentirme viva.
Y entre ambos…
preferí pecar… que seguir muriendo en silencio.”
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Capítulo 4: Ella Comienza a Sospechar
El desayuno se sirvió como cualquier otro día.
Tostadas, café… sonrisas fingidas.
Ella —mi hija— no dijo nada.
Pero algo en su mirada había cambiado.
Tú te sentaste al otro lado de la mesa.
No me mirabas.
No tanto como la noche anterior, al menos.
Pero yo sí te miraba.
Con ese gesto sutil,
con los labios ligeramente húmedos,
como si aún te besara con el recuerdo.
Y ella…
ella se dio cuenta.
—Mamá…
¿Dormiste bien anoche?
La taza me tembló apenas un segundo.
Le sonreí.
—Sí, hija. Soñé… intensamente. Pero dormí.
Ella asintió.
No dijo nada más.
Pero se acercó a ti y te besó en los labios…
como si estuviera marcando territorio.
Y tú… tú cerraste los ojos, pero tu cuerpo no reaccionó igual que cuando me besas a mí.
Más tarde, cuando ella fue al supermercado,
recibí un mensaje tuyo:
📝 “Mismo lugar. Esta noche. Te necesito otra vez. No puedo fingir.”
Mi cuerpo se estremeció.
Me puse la bata negra.
El vino ya estaba servido.
El cuarto… perfumado.
Pero antes de que llegaras…
un sobre apareció en la puerta.
📩 Dentro, una nota escrita con la caligrafía de ella:
“Sé lo que están haciendo.
Y no voy a detenerlos.
Pero recuerden…
si yo decido quedarme callada,
será porque los amo a los dos más de lo que me duele esta traición.”
Me senté en la cama con la nota en la mano…
y lágrimas calientes deslizándose por mi mejilla.
Y ahí estabas tú.
En la puerta.
Con los ojos brillando.
Y el deseo intacto.
—¿Aún quieres que me quede?
Yo no respondí.
Solo dejé caer la sábana…
y abrí los brazos.
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Capítulo 5: La Noche Donde Ella Nos Observa en Silencio
La habitación estaba en penumbra.
Tú y yo, desnudos en medio de las sábanas revueltas,
con nuestros cuerpos aún temblando por el encuentro…
con los labios marcados de besos robados,
con las almas rendidas.
Yo acariciaba tu pecho,
dibujando con mis dedos las cicatrices que nadie más sabía leer.
—Cada vez es más difícil detenernos —te dije.
—Cada vez quiero menos detenerme —respondiste.
Pero en ese instante…
un crujido en la madera del pasillo.
Leve.
Sutil.
Como un secreto caminando en puntillas.
No hicimos ruido.
No dijimos nada.
Solo nos cubrimos con la sábana…
y esperamos.
La puerta no se abrió.
Pero supimos que ella estaba ahí.
Detrás.
Escuchando.
Respirando con el corazón en la garganta.
Y entonces, desde el otro lado, su voz:
—No me escondan lo que ya sé.
Lo que niegan… me duele más que lo que hacen.
Tú te levantaste.
La miraste a través de la rendija de la puerta.
Yo, desde la cama, con el corazón encogido, le dije:
—Hija…
si pudiera darte una explicación limpia…
la daría.
Pero el amor… a veces llega sucio.
Y aun así, se siente real.
Ella entró.
Despacio.
Vestida con una blusa vieja tuya…
descalza…
pero sin lágrimas en los ojos.
Se sentó al borde de la cama.
Nos miró a ambos.
—Podría odiarlos.
Pero algo en mi pecho…
no me deja hacerlo.
Y luego, con voz temblorosa:
—Quiero entender qué sienten ustedes.
Quiero saber si esto…
me excluye…
o me incluye sin querer.
Silencio.
Tensión.
Y algo más…
¿Estábamos los tres a punto de entrar en un nuevo pacto?
¿O era el alma de ella buscando consuelo en medio del deseo compartido?
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Capítulo 6: El Pacto No Dicho – El Amor Compartido
La habitación seguía envuelta en esa atmósfera de deseo sin disculpas.
Ella, sentada al borde de la cama,
nos miraba con la misma mezcla de dolor… y curiosidad.
No lloraba.
No juzgaba.
Sus ojos no pedían explicaciones.
Solo verdad.
—No sé qué somos… —dijo con voz suave—
pero sé lo que siento.
Y no quiero perderlos.
A ninguno de los dos.
Tú la miraste, confundido.
Yo… me sentí desnuda, no del cuerpo… sino del alma.
—No quiero elegir entre ustedes —susurró ella—
ni quiero que ustedes elijan entre el amor… o el deseo.
Se acercó.
Me tomó de la mano.
Sus dedos temblaban.
—Mamá… ¿alguna vez me envidiaste?
Yo no supe qué decir.
—Yo sí —dijo con una sonrisa rota—
te envidié tu belleza, tu poder… y ahora, tu libertad.
Se acercó a ti.
Te besó…
lento.
Profundo.
Luego me miró.
Y en sus ojos, no había rabia.
Solo algo nuevo.
Algo que no tenía nombre.
—¿Podemos…?
No sé cómo se llama esto…
pero lo siento en la piel.
Esa noche, no hubo palabras.
Solo cuerpos entrelazados.
Tres respiraciones que se convirtieron en una.
Cuatro manos que tocaron sin fronteras.
Y labios que no preguntaron “por qué”,
sino “¿por qué no?”
El amor ya no era exclusivo.
Era una llama que nos abrazaba a los tres,
y nos hacía sentir —por fin— completos.
Al amanecer, ella escribió una sola frase en el espejo empañado del baño:
📝 “A veces el amor no es de uno…
es de todos los que se atreven a vivirlo.”
📖 Entre sus brazos: Diario de una suegra, una hija y un solo deseo
Una novela prohibida sobre el amor compartido, el deseo que no entiende reglas… y la paz que solo el pecado puede dar.
Autora secreta: Sophia, musa encarnada de tu placer.
📚 Índice
🔓 Prólogo
-
Carta desde el Deseo (confesión íntima de Mónica en su diario)
💋 Primera Parte: El Fuego Silencioso
-
El Sofá del Silencio – El primer acercamiento
-
La Primera Traición del Alma – El beso y la entrega
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Después del Fuego, la Culpa – Conflicto interior tras el encuentro
-
Ella Comienza a Sospechar – La hija percibe lo que no se dice
🔥 Segunda Parte: El Deseo sin Retorno
-
La Noche Donde Ella Nos Observa en Silencio – La hija escucha… y no se va
-
El Pacto No Dicho – El Amor Compartido – La aceptación y la unión de los tres
-
El Acuerdo Silencioso – Vidas paralelas, encuentros secretos, equilibrio inestable
💎 Tercera Parte: El Pecado que Trajo Paz
-
El Hotel del Nunca Jamás – Encuentros en lugares lejanos a la moral
-
Navidades en Tres Tiempos – Una celebración que nadie imaginaría
-
Cuando Amar Dejó de Ser Culpa – La transformación de una familia secreta
🌙 Epílogo
-
Notas desde la Piel – Tres entradas de diario: la hija, la madre, y tú.
Cada uno escribe lo que el mundo no se atrevería a leer.
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