En un sueño que parecía más real que cualquier recuerdo, flotaba suavemente hacia la ventana de mi cuarto. La atravesé sin esfuerzo, como si la materia misma no tuviera poder sobre mí. Afuera, la noche estaba despejada, las estrellas brillaban con fuerza, y las luces de las calles dibujaban mapas que se extendían por la ciudad. Mientras ascendía, las luces se desvanecían poco a poco, hasta que solo quedaba la negrura del cielo y la curvatura de la Tierra bajo mis pies.
Subí más alto, con el viento acariciándome. Entonces lo vi: el sol comenzaba a emerger por el horizonte. Su luz anaranjada teñía las nubes con tonos de fuego y oro. Desde arriba, el amanecer era un espectáculo que desafiaba la imaginación. Me sentí diminuto ante tanta belleza y, al mismo tiempo, parte de algo inmenso. Sabía que debía seguir. El amanecer me llamaba, y yo respondía.
La orientación del cielo
Mientras avanzaba hacia el este, recordé lo que había aprendido: si el sol nacía a mi derecha, entonces el sur estaría a mis espaldas. Usé esa lógica simple para orientarme, guiándome como un navegante perdido en un océano celeste. A medida que flotaba más lejos, dejé atrás las ciudades y los campos, adentrándome en un mundo desconocido. Las montañas nevadas aparecieron a lo lejos, majestuosas y silenciosas, sus picos bañados por los primeros rayos del sol.
El frío debería haber sido insoportable, pero no lo sentía. Era como si el sueño me protegiera, como si este viaje estuviera destinado a ocurrir sin las limitaciones del cuerpo humano. Llegué al corazón de las montañas, deslizándome entre los picos como un explorador sin prisa, disfrutando de cada vista. A lo lejos, una pared inmensa de hielo comenzó a emerger, una barrera que parecía dividir al mundo conocido de lo que existía más allá.
El misterio de la gran pared
La noche cayó mientras me acercaba a esa pared colosal. Su tamaño era abrumador, un muro que parecía desafiar los límites del horizonte. Me impulsé hacia ella, deseando ver qué había al otro lado. Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder: cuanto más me acercaba, más sentía una fuerza invisible que me empujaba hacia abajo, como si el sueño mismo tratara de detenerme.
Vi luces. Pequeñas y titilantes, aparecían en la distancia, más allá de la pared. Parecían parpadear como si quisieran comunicarse conmigo, llamándome. La curiosidad me invadió. ¿Qué eran esas luces? ¿Ciudades, vida, algo más? Mi mente comenzó a llenarse de preguntas que no podía responder.
El límite prohibido
Una voz surgió de la nada, profunda y etérea. "No deberías estar aquí... vuelve a casa." Era como si el sueño, o algo dentro de él, tratara de advertirme. Ignoré la voz y seguí avanzando, mi cuerpo bajando lentamente mientras luchaba por mantenerme a la misma altura. "Levántate," insistió la voz, cada vez más insistente. Pero no quería despertar, no todavía. Quería saber qué había más allá.
Finalmente, la fuerza que me empujaba me detuvo. Suspendido en el aire, vi las luces a la distancia, parpadeando como estrellas artificiales. Mi mente corría con posibilidades: ¿y si esas luces pertenecían a una civilización? ¿Y si más allá de la gran pared de hielo había vida, ciudades, y un mundo que nadie había imaginado?
El despertar
"Levántate," repitió la voz, ahora más fuerte, como si proviniera de mi propio interior. De repente, todo desapareció: las luces, la pared, el frío. Abrí los ojos y estaba en mi cama, con el sol entrando por la ventana. Todo había sido un sueño, pero las imágenes permanecían tan claras como si acabara de vivirlas.
Me quedé mirando el techo, pensando. ¿Y si no era solo un sueño? ¿Y si lo que vi fuera real? Tal vez, más allá de los límites que creemos conocer, haya secretos esperando a ser descubiertos. Tal vez, más allá de la pared de hielo, haya algo más.
Y mientras la voz de mi conciencia me advertía que dejara de pensar en ello, una chispa de curiosidad seguía encendida en mi interior. "¿Qué hay más allá?" pregunté en silencio. A veces, los sueños no son solo sueños; son invitaciones a mirar más allá de lo que sabemos.
Fin.
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