Hoy quiero compartirte algo que no se olvida, de esos momentos simples a los ojos del mundo… pero cargados de significado para el alma.
Hacía tiempo que no visitaba a mi madre. Entre obligaciones, distancias y silencios prolongados, el corazón me fue empujando a regresar a verla. Algo me decía que debía ir, no por cortesía, sino por una necesidad más profunda.
Al llegar, saludé a su esposo y luego la abracé. No fue un abrazo cualquiera. Fue de esos donde uno entrega algo más que el cuerpo. La abracé con todo el amor y la compasión que Dios ha ido despertando en mí a lo largo del tiempo. Le di un beso en la mejilla. Y fue entonces cuando sucedió.
Mi madre me miró fijamente, y con una mezcla de sorpresa y nerviosismo, dijo:
“Este niño trae cierto poder… porque sentí un escalofrío por toda la piel, y los pelos se me erizaron.”
Me sonreí. No por burla, sino porque sentí en lo profundo que no era yo. Era Él, el Espíritu que habita en mí desde que decidí abrirle mi alma, el mismo que me ha rescatado tantas veces.
En ese instante lo comprendí: algo dentro de ella reaccionó. Tal vez no fue ella exactamente quien lo sintió, sino lo que habita en ella y la confunde. Un espíritu que no desea claridad, que resiste la verdad, que se esconde cuando la luz llega. Y la luz llegó con ese abrazo.
Pero no dejé que esa ocasión pasara como un momento curioso. Aproveché la apertura que ese escalofrío dejó. Le hablé sobre el sacrificio, sobre el sufrimiento como camino de purificación, y sobre cómo la enfermedad puede limpiar más que mil palabras. Le expliqué que el Nuevo Testamento no es un libro mágico, sino el testimonio de hombres transformados por la Presencia Viva del Mesías.
Y oré. Con mis manos sobre su cabeza, sin temor.
Oré no como un fanático, sino como un hijo que ama, como un guerrero espiritual que sabe que la lucha no es contra carne ni sangre. Pedí por su alma. Pedí que todo espíritu impuro que la aleje de la Verdad se retire. Que la paz vuelva a su corazón. Que el velo caiga.
Ella me escuchó. Me preguntó. A veces se resistía. Pero sé que una semilla fue sembrada.
A veces creemos que el amor solo se da en palabras dulces. Pero hay un amor que se manifiesta también en el choque entre la luz y las sombras. Porque el que lleva fuego en el pecho no puede evitar que los demonios tiemblen, aunque lo haga en silencio.
Y si tú, que estás leyendo esto, has vivido algo parecido, no lo ignores. Tal vez tú también eres un portador. Tal vez tu presencia no incomoda por ti, sino por quién habita en ti.
El Espíritu Santo no siempre entra con trompetas. A veces llega en un escalofrío… y se queda para transformar todo.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.